EN MANOS DE PRIVADOS
La tergiversada realidad
de los centros de día
Las personas discapacitadas no tienen otro sitio para dirigirse.
Las instituciones privadas son la única salida existente
(Por Federico Gayoso y Julieta Pisano) Los discapacitados motrices y/o mentales conviven todos los días con sus falencias. Algunos desde el momento de la concepción, otros por complicaciones a la hora del parto, y otros que, por causa del destino, tuvieron el infortunio de sufrir un accidente que los dejó paralizados de por vida. Todas esas personas están amparadas bajo la ley 24.901 de obras sociales para discapacitados, en donde se especifica que se cubre un 100 por ciento a aquellas personas “que no pueden escolarizarse, parálisis cerebral con mucho compromiso intelectual, autismo, problemas comunicacionales severos – sordos, ciegos – y personas que requieren actividades para enfrentar la cotidianidad”. Según edades se remiten a centros de día o a centros educativos terapéuticos.
Si se lee con atención la resolución 428/1999 de Prestaciones Médicas, expedida por el Ministerio de Salud y Acción Social, en su artículo 2.1.3., define al centro de día como “tratamiento ambulatorio que tiene un objetivo terapéutico – asistencial para lograr el máximo desarrollo de autovalimiento e independencia posible en una persona con discapacidad”. Y en lo referente a su población explicita “niños, jóvenes y/o adultos con discapacidades severas y/o profundas, imposibilitados de acceder a la escolaridad, capacitación y/o ubicación laboral protegida”.
Bien lo aclara la normativa: los centros de día, y los centros educativos terapéuticos deben hacerse cargo de discapacitados de tal magnitud, aún de los que tienen problemas severos. ¿Pero qué pasa cuando estas instituciones privadas no quieren aceptar el compromiso de tenerlos en sus centros?
Un caso particular
Norita Fernández nació cuadriplégica. Al momento del parto, sufrió una asfixia que produjo este desencadenante. A lo largo de su vida su familia se encargó de su desempeño cotidiano, fue a escuelas especiales, al Instituto de Lucha Antipoliomelítica y Rehabilitación del Lisiado (Ilar), y se integró socialmente con otros chicos con problemas semejantes. Todo marchaba, dentro de lo posible, bastante bien, pero los problemas comenzaron a nacer con la llegada de la adultez. Es que Norita, que conservaba sus capacidades mentales a la perfección, solicitaba un lugar para pasar el día junto a otras personas para poder así seguir estimulándose, y aumentar sus relaciones vinculares. Este espacio sólo podía encontrarse en los centros de día.
“Recuerdo haber recorrido cada centro para poder encontrarle un lugar en el que se sienta cómoda y puedan brindarle lo que tanto necesitaba”, relató con ilusión Hugo Fernández, uno de los hermanos de Norita. Inmediatamente extendió una lista detallada de cada sitio que había visitado. El C.I.R.E., Hogar Santa Rosa, La Casa del Sol Naciente, Hogar del Padre Tiburcio, Etnade, Fundación un Mundo Posible; todas esbozaban la misma argumentación: no había lugar disponible para Norita. Su hermano ya había sido advertido acerca de esta problemática que se le presentaría, la carencia de plazas favorables sería escasa o nula, y escondería detrás un motivo no tan noble.
La realidad es bien distinta a la que se muestra. Los centros de día no quieren aceptar la incorporación de personas con discapacidades graves, como la cuadriplegia de Norita, ya que se necesita que el lugar cuente con profesionales especializados, los cuales insumen un mayor presupuesto por parte de las autoridades del centro, y tenga las capacidades edilicias correspondientes. Es por esto que las obras sociales otorgan un plus del 35 por ciento por encima del arancel que se otorga al centro de día por cada paciente, para aquellos que posean una discapacidad grave. Datos específicos citados en la resolución 57/2010 establecen que las obras sociales deben abonar mensualmente a una institución de primera categoría, por jornada simple, 2242,53 pesos por paciente, aumentando a 3370,06 por jornada doble. A partir de este número se aumenta un 35 por ciento más si se demuestra que la persona interesada en concurrir al centro es dependiente.
Aquí viene la intrincada. ¿Es posible que los centros de día aseguren que algunos de sus pacientes son dependientes para cobrar el 35 por ciento extra por portar discapacidad grave? Aquellos que realmente presentan un problema de tal magnitud, ¿son aceptados? ¿O sólo incluyen a discapacitados leves que no insumen esfuerzos por parte del centro? G.F., ex trabajadora del centro de día Crecer, aseguró que son factibles semejantes hipótesis. Afirmó que si se consulta el padrón de egresos, no se observarán tales notificaciones.
Final del camino
Hugo Fernández recorrió todos los centros y hogares disponibles en la ciudad de Rosario, y ninguno aceptó a su hermana. Todos y cada uno de ellos argumentaron que no había plazas favorables, y que sólo deberían esperar a que se produzca alguna baja de un concurrente. “En resumidas cuentas tienen una oferta grande de postulantes, sólo falta que te pregunten si la persona es linda, si da trabajo, si se arregla solo. Buscan pacientes que den cero trabajo”, expresó Fernández. También relató que siempre quieren ver a las personas, evaluarlas personalmente. “Como si fueras a buscar empleo, el más apto es el que ingresa”.
Norita falleció hace dos años y no pudo ingresar a ningún espacio como los anteriormente mencionados. Los centros siguen acumulando pacientes que no demandan asistencia permanente, y las personas que realmente necesitan ubicarse en un sitio de esas características ven pasar su vida sin poder resolver semejante traba.
Este caso no es el único, es sólo un ejemplo de los tantos que se producen, y es por eso que los centros de día no permiten que nadie traspase sus puertas en busca de respuestas, y aún menos el organismo público de discapacidad, que conoce a la perfección las irregularidades que se producen. “Al Estado le conviene que los discapacitados tengan un espacio, y qué mejor que se ocupen los privados de esto”, aseguró desde su conocimiento G.F.