25 octubre 2010

Grandes crónicas de Alarcón

ALARCON Y LOS PIBES CHORROS
Las balas silban bajito

(Por Naiara Vecchio) El ejemplar Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Vidas de pibes chorros, de Cristián Alarcón, es un anecdotario de todo lo que sucedía en el mundo del hampa bonaerense entre los '90 y 2001, cuando los "pibes chorros" prácticamente no existían tal como se los conoce hoy. Con una solvencia que se valida en cada línea, el periodista narra la historia de Víctor Manuel "El Frente" Vital, un claro resabio de la sociedad y la acción criminal del aparato policial.

 En este sentido, “el Santo de los pibes chorros”, el ídolo pagano, es una especie de Robin Hood, defensor de los marginales de las villas del suburbano bonaerense: San Francisco, la 25 de Mayo (La 25) y La esperanza. Una persona que se convierte post morten, en un personaje literario y reflejo de la realidad social donde la violencia, el robo y la muerte son el destino inevitable de toda una generación excluida.
 Dueño de una prosa magistral, Alarcón no ahorra descripciones duras, no enmascara ni dibuja: “El Frente Vital mantenía los códigos de la vieja delincuencia, ya caducos en un territorio donde el paco y el alcohol borraron todo rastro de lealtad y valor, y solo queda la supervivencia a cualquier precio”. Y es en el mismo prólogo donde el periodista declara sumergirse en otro tipo de lenguaje y de tiempo, en otra manera de sobrevivir y de vivir hasta la propia muerte. En pocas palabras sintetiza: “Conocí la villa hasta sufrirla”.
 La tarea del escritor será entonces la de reflejar el mito pero también todo aquello que lo rodea: su anillo ideológico, lo que confluye y representa como figura mítica. Un delincuente que fue muerto cuando aún no salía de la adolescencia. Nos acerca al realismo de Truman Capote en A sangre fría con una sola diferencia: este delincuente, joven, casi un niño, tiene características que lo diferencian y mucho de los descarnados del relato del norteamericano autor de Música para Camaleones.
 El relato aparece exento de códigos externos como el sociológico y se encuentra más bien inmiscuido en las vivencias interiores de ese territorio. Un lenguaje que describe con cuidadosa pluma ese microcosmos, pero que no aspira a su interpretación como clausura de su decir sino como un legitimar de aquel código de los pibes chorros. El narrador, entra y sale. Por momentos es omnisciente y por otro testigo de la historia que plasma. Meticuloso y agriamente honesto acerca de la distancia que guarda entre el mundo de su historia y su cuerpo (no su conciencia).
Aunque una estupenda bisagra se hace explícita en la mitad del relato: “Salimos del cementerio por uno de los portones laterales y Tincho, el pelo largo, la cara afilada, la nariz que se cae de costado levemente como una hoja mustia, como una fosa nasal mal hecha de resina, me tomó del brazo, me lo cruzó en la espalda, y me paso el suyo por el cuello haciéndome levantar unos centímetros los talones del suelo. Jugaba al ladrón conmigo como rehén de una ficción inspirada en la vida real, una non fiction propia, una recreación graciosa de su actuación mejor lograda”.
El resultado final es un audaz cruce en el que periodismo y literatura se potencian. Narrado con maestría y compuesto por un prólogo, nueve capítulos y un epílogo lleno de acción. Un claro manifiesto de la sociedad y la época en que vivimos. La sordidez de una realidad social siniestra que los malos gobiernos, la falta de educación y de futuro crearon para una generación de argentinos que son excluidos del sistema. Es el libro de Cristián Alarcón un ejemplo de maestría narrativa y compromiso ideológico y político.

Un escritor nato
Cristian Alarcón nació en La Unión, Chile en 1970. Es Licenciado en Comunicación Social por la Universidad de La Plata y fue docente de la UNLP y del Master de Periodismo en la Universidad de Barcelona. En 1996 ganó la beca Clarín Fundación Noble. Desde ese año y hasta 2002 fue redactor de página/12. Fue becado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, dirigida por Gabriel García Márquez y es uno de los co-fundadores de la Asociación Miguel Bru.