RECUPERACIÓN DE ADICCIONES
Encontrar un nuevo modo
de vida en los micrófonos
Son jóvenes, y tienen todo un futuro que defender al alejarse de las drogas.
Encontraron en la radiodifusión la manera de expresarse y mirar adelante
(Por Carolina Marani) La luz roja de aire se enciende. El estudio de la radio se encuentra colmado de historias para contar. Raúl, en el puesto de conductor, anuncia un nuevo programa, la magia está por comenzar. Lejos se encuentran esos días en que un mundo vacío lo arrastró a pedir ayuda. A su historia se suman las de Martina, Julián y Pablo, todas muy diferentes, pero con un denominador común: La elección diaria de salir adelante y abandonar un universo de dealers, estupefacientes y violencias, aquel que estuvo a punto de arrebatarles su más intima existencia.
Raúl asiste a Vínculo, un centro de día para rehabilitación de adictos, donde cada mañana recauda herramientas con las cuales enfrentar sus miedos, broncas y desilusiones. Su mirada trasluce hoy un ayer olvidado cuando, luego de perder el trabajo y la custodia de sus hijos, elige día a día transitar un nuevo camino donde las drogas ya no son las protagonistas de su historia. Sin embargo no todo fue siempre color de rosas para este hombre de 44 años que actualmente cuenta con el apoyo de su madre, sus hijos y su nuevo jefe. “La rehabilitación es un camino duro, con altos y bajos, depresiones, agresividad”, relató.
Recordó además el trágico día en que, luego de faltar al trabajo por quinta vez en veinte días, la gerenta de la fábrica de materiales le pidió que no fuera más y le encomendó que solicitara ayuda. “Ese día volví a casa, me senté en la puerta y me puse a llorar como un nene, llegó mi mujer y me encontró sentado en la vereda”, expresó con la mirada fija en el piso de alfombra. La secuencia de gritos que desencadenó el hallazgo de su esposa impulso el golpe de puño a la puerta que lo incitó a abandonarlo.
“La última discusión con mi mujer casi ni me importó, como una sombra me fui de unos amigos y me di una de las dosis más fuertes de mi vida. Cuando volví no estaba ella, ni los chicos, ni sus cosas, me sentí más desnudo que nunca”, contó Raúl. Luego de una semana de mugre, soledad y cocaína se le ocurrió visitar a un viejo amigo, el cual, según dijo, le salvó la vida y lo acompañó a averiguar sobre el tratamiento. “Hay días que sentís que está todo bien, a lo mejor por dos o tres meses. Y de golpe caés dos o tres días y todo está mal de nuevo, las recaídas son muy comunes, vivimos luchando contra ellas”, susurró.
Susana, una de las coordinadoras del proyecto de radio, llevado a cabo en Vínculo, explicó que las personas con adicciones cuentan con una estructura psíquica que contiene la mentira, la manipulación y el desinterés. Remarcó que el primer paso para comenzar un tratamiento es dejar de lado estas tres cuestiones: “Dejar de mentirse a uno mismo y a los demás, tomar consciencia sobre la situación que cada uno se encuentra atravesando y abandonar la actitud de negociación que termina estafando la autoconfianza y la fuerza de voluntad del mismo adicto”.
Martina, sentada a su lado, repitió el número telefónico al cual los oyentes pudieron comunicarse y compartir las emociones de una existencia sin fatalismos. Su voz sostiene una armonía que dificulta la imaginación certera. Su cabellera, compuesta por mechones lilas, blancos y negros, resaltan sobre la tez clara de su rostro, invadido de piercings. Es complicado comprender sus sentimientos tras los lentes de sol que utiliza aún dentro del estudio. Ella comenzó el tratamiento por recomendación del psiquiatra. “No creo que las drogas sean un problema para mi”, afirmó, y a pesar de que confiesa consumir cocaína, marihuana y pastillas con regularidad, es posible entender esta postura en medio de una colección de angustias. En un cuaderno que lleva a todos lados se resume la poesía de su cuento, surcado por el abuso, la violencia, los ataques de pánico y la anorexia nerviosa. “Soy agarofóbica, tengo pánico a la gente, pero gracias a la radio me motivé para tomarme un colectivo por primera vez en siete meses”, explicó con un léxico perfecto de años de diván.
La única mujer del grupo afirmó que no tiene problemas en hablar de su pasado. En una catarata de frases perfectamente confeccionadas describió una infancia golpeada que la enfrentó a una madurez artificial. La injusticia encerrada en el hogar la convirtió en testigo de sucesivos abusos de parte de su abuelo a su hermana mayor. “A lo mejor por todo lo que viví parece que no me importa nada. Uno se curte y las cosas ya no duelen lo mismo. Uno se prepara para eso. Pero tampoco se logra ser demasiado feliz de esa manera”, dijo, sin llorar y sin sonrisa, y se dedico a arreglarse el maquillaje frente al espejito de mano. Mientras se repasaba con el lápiz labial carmín oscuro, comentó: “Mi abuelo me quiso violar a mi también, una vez lo vi en mi pieza, mirando como yo dormía. Cuando se acercó con esa mirada rara lo corrí con un cuchillo que guardaba debajo de la cama. Por las dudas, ¿viste?”.
Cada integrante hizo su presentación y mandó los saludos correspondientes. El primer tema musical elegido estaba sonando y el grupo aprontaba los papeles para comenzar un nuevo bloque, con un informe sobre paros docentes y derechos humanos. En eso se oyó la exclamación de Pablo: “¿Por qué no podemos poner cumbia? ¡Es aburrida esta música!”. Susana le responde que en esa radio no se puede pasar cumbia y Julián le dice que la cumbia “no va” en ese horario. “¡Claro, en Fisherton no escuchan cumbia!”, se burló Pablo, despeinando los rulos que, cuidados con cremas de peluquería, son orgullo de Julián.
Pablo llega cada mañana al centro de día en una camioneta custodiada que reza en sus laterales “Servicio Penitenciario”. Tiene 16 años y hace uno y medio que se encuentra en el Instituto de Recuperación del Adolescente Rosario (IRAR), a raíz de una causa por homicidio y varios robos a mano armada. Un policía lo acompaña hasta la puerta del centro de día, donde le quita las esposas cuando Andrea, su terapeuta, sale a recibirlo. De sus delitos no se habla dentro del grupo, aunque allí encuentra un lugar donde expresar que la droga le “arruinó la vida”. Sin expresión en su rostro reflexionó: “No puedo culpar a nadie de mis macanas, fui yo el que hizo todo lo que hizo, pero estoy seguro que si no hubiera empezado a tomar esas cosas tendría una vida distinta”.
Un permiso especial permite a Pablo ir cada lunes a la radio. El dijo que si bien este es un día difícil, “estar adentro es peor” porque los fines de semana el instituto de menores se alborota debido al consumo de drogas que existe en su interior. Los enfrentamientos con guardias y compañeros son muy comunes, relató mientras se ataba los cordones y agregó mirando despectivo: “Hay banditas entre los pabellones, y se arman algunas que ni te cuento, fijate mi espalda como la tengo”. Se levantó la remera hasta el cuello y una línea morada que atravesaba su omóplato izquierdo confirmó sus palabras.
“La calle es lo más duro que hay, te vuelve loco, pero lo peor es darte cuenta que sos capaz de matar, es como ser Dios, pero al revés”, reflexionó Pablo. Sus ojos cobraron un color que antes no estaba cuando se interrumpió para exclamar que encontró “algo que está bueno”. Señaló una noticia sobre violencia familiar muy parecida a la suya, apuntando con un dedo en la pantalla de la computadora. En su casa lo espera una madre con la cual no pudo compartir la última Navidad. Su padre se encuentra en la cárcel hace cinco años, luego de abusar de dos de sus hermanas y matar a un vecino por ajuste de cuentas. “La radio es como un pedazo de libertad”, concluyó.
Susana indicó que el tema musical estaba culminando, hizo una seña a la operadora y señaló a los chicos que comiencen con el informe. “Estamos de acuerdo que los docentes forman la generación del futuro, necesitan un salario digno, pero también hay que pensar en los chicos que sin clases quedan en el medio”, opinó Julián. La coordinadora unió sus dedos expresando la existencia de una llamada telefónica. Era Alberto, un oyente deseoso de contestar a la consigna del día. “Estoy muy orgulloso por lo que hacen chicos, sigan adelante”, alentó el desconocido y el bloque terminó con la euforia sonriente del grupo. “¡Nos escuchan!”, manifestaron chocando sus manos en señal de victoria.
Julián aplaudió y revisó las noticias de fútbol. “Me encanta la radio, no había venido nunca, pero ahora no me sacan más”, comentó y recibió las felicitaciones de su coordinadora. Le dio un beso en la mejilla y continuó concentrado en las noticias de Newell's, el club de sus amores. Levantó la vista y dijo: “Pensar que yo quería ser periodista, pero si sigo así ni la secundaria voy a terminar”. A las ocho de la mañana en punto llega cada día a Vínculo en el auto con su padre. El brillo del vehículo exalta a sus compañeros pero a él parece no importarle: “Tuve todo lo que quise, siempre. Nunca me pudieron decir que no a nada, salvo a darme pelota, siempre todo el mundo ocupado”. Comenzó con las drogas una tarde de Play Station y papitas Lay's. “Mis amigos andaban siempre con pastillas, pero yo nunca quería probar, hasta que un día dije listo, pruebo, ya fue. Aunque a mí me pegó re mal, llegué a tener convulsiones”, explicó con cierto pesar.
El adolescente de rulos castaños y ojos verde profundo golpeó la mesa y salió del estudio. Susana le preguntó donde iba porque había que cerrar el programa y era la hora del deporte. Los pensó un segundo y se ubicó de nuevo en su silla. La luz roja de nuevo y otra vez se convirtió en periodista. “Queremos agradecer a todos los que apoyan este espacio de radio, y pedirles por favor que no se corte”, anunció, y recibió el apoyo en los comentarios de sus compañeros que aprovecharon para saludar a la audiencia.
“La radio es ese lugar que nos permite crear, mientras respetemos a los que nos escuchan podemos hablar de lo que queremos”, dijo Raúl. “Uno hace una catarsis de muchas cosas que le ocurren en la cabeza, todo aquello que afecta la psiquis”, complejizó Martina. Pablo frunció la frente y sintetizó: “Esta bueno, al menos estamos haciendo algo y pensando menos en drogarnos”. Julián asintió: “Acá jugamos, dejamos de ser los drogadictos por un rato, te sentís importante. Llegás a ser importante”. La luz roja se apagó, y todos se abrazaron, la coordinadora les dio un beso a cada uno y se saludaron hasta el día siguiente. La tallerista resumió: “Ni la radio ni las instituciones hacen magia. Pero sí la voluntad y el compromiso. Es muy difícil manejarse desde las organizaciones, pero en cuanto tenés un lugar para algo como esto, realmente se consigue la esperanza de salir adelante”. Y agregó: “Los chicos no son monstruos, el monstruo es la violencia en la que viven. Y la droga que llega para alejarlo, pero termina destruyendo sus vidas”.