AL SERVICIO DEL ARTE LOCAL
Florencia Balestra:
entusiasta e intuitiva
La subsecretaria de Cultura y Educación cuenta cómo se adaptó
a la gestión pública. Una mujer que no le teme a los desafíos
(Por Luciana Ekdesman) Florencia Balestra es sinónimo de cultura. A los quince años fue a aprender dibujo. Más tarde entró a la Facultad de Bellas Artes, hizo teatro para niños, participó en grupos de teatro auto gestionados y estudió danzas durante un montón de tiempo. Trabajó en la Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto y en la Universidad Nacional de Rosario. Renunció a las instituciones porque se aburría (palabra que suele utilizar con frecuencia). Hace 19 años abrió un local, un taller, una librería especializada en arte, fotografía y diseño en el tradicional Pasaje Pam, ubicado en Córdoba entre San Martín y Maipú.
Su historia como artista cambió de manera radical y vertiginosa cuando de un minuto para el otro entró a trabajar como subsecretaria de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario, lugar que le era completamente extraño. Sin experiencia y sin conocimiento sobre la función pública a donde se incorporaba, esta hija de políticos de pura cepa se arriesgó. Siempre en busca de nuevos desafíos, aceptó el cargo y comenzó a descubrir sus capacidades de liderazgo.
A tres años del inicio de su gestión se la reconoce como una referente del arte, la cultura y la educación de la ciudad. Imprime un sello propio en todas las actividades e iniciativas que genera y contagia de alegría y optimismo a quienes la rodean.
-¿Qué sintió cuando le propusieron ser subsecretaria de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario?
- Me sorprendió mucho el ofrecimiento. Nunca había tenido contacto tan cercano con instituciones públicas, ni tenía noción del organigrama institucional municipal. Pensaba que estaban todos locos. Le dije al propio intendente Miguel Lifschitz: “¿A usted le parece?”. María de los Ángeles “Chiqui” González me insistía en que iba a poder. A veces uno ve algo en el otro que él mismo no ve. En un punto era una apuesta piola pero no es sólo tener ideas divertidas y floridas. Es una máquina infernal, enorme y pesada.
- ¿Su entorno cercano la apoyó desde el principio?
- Algunos pensaron que podía tener esas cualidades que desconocía. La sorpresa fue encontrar en mí misma capacidades que supuse que no tenía y que no tenía posibilidad de ponerlas en ejercicio en otro lugar. La mayoría de mis amigos se quedaron absolutamente impactados y de cama.
- ¿Qué se necesita para este cargo?
- Perseverancia, tolerancia, estar atento en el día a día y cuidar los pequeños detalles. Es un giro de 360 grados, nunca hice un cambio tan importante en mi vida. Cuando las cosas andan bien es bárbaro pero hasta el día que me vaya, no sé qué va a pasar. Una cosa es como se entra y otra como se sale. Es un trabajo de impresionante exposición, diametralmente opuesto a un tablero, un estudio o taller. Si bien soy una persona dada y sociable, la cara de un dibujante no la conoce nadie.
- ¿Cómo fue llegar a la gestión pública, viniendo de un ámbito tan diferente?
- Fue mucho más fácil de lo que pensé, aunque hay momentos difíciles, tiempos complicados, mucha tensión y presión. Me adapté con comodidad, sin demasiados esfuerzos y con pocas concesiones. El trabajo es grato y lo hago con felicidad y alegría. En realidad, no haría nada que no me guste. Siempre tuve una especie de capacidad para transformar las cosas desagradables, tediosas, pesadas en cosas livianas, ligeras y ponerle onda, entusiasmo y alegría. Cuando entré a trabajar alguien me dijo: “Mirá Flor, es ir a actos, aplaudir y firmar cheques”. Todo depende de lo que veas. En un acto aburrido hasta me entretengo viendo a un perro. Es la capacidad para pasarla bien que me sale naturalmente.
- ¿Cuánto le llevó adaptarse al puesto de trabajo?
- Los primeros seis meses estuve sin hablar en una reunión interna. No entendía el léxico, los presupuestos, lo financiero, la deuda, lo transitorio, la cantidad de instituciones que había y cómo funcionaban. Tampoco sabía bien qué tenía que hacer y cuál era mi trabajo. Ser subsecretaria es el perfil que le pongas al rol.
- ¿Cuándo le hizo ese clic?
- Ahora, con el acto del 20 de junio entendí de qué se trata. Todo el primer tiempo me sentí como un frasco que se iba llenando todos los días. Cuando organizaba cultura pasajera en el Pasaje Pam iban 100, 200 hasta 500 personas. El 20 de junio sentí que armaba una cultura pasajera para 250 mil personas. Es como un hijo. El primer día te dan un bebé y a medida que pasa el tiempo vas sabiendo más, lo vas conociendo y te vas conociendo a vos como mamá. Aunque no tengo hijos, esto es igual a lo que me cuentan. A medida que pasan los días esas dos partes se empiezan a acercar y se arma una cosa que te vuelve mucho más rica, más exquisita, más amorosa.
- Es muy distinto a dibujar…
- Era muy claro que cuando ponía un papel tomaba el lápiz y dibujaba. Era absolutamente inmediato, la idea venía de mi cabeza, pasaba por mi corazón, mi estómago, mi mano y ahí llegaba al papel. Acá, entre lo que propongo y que lo que sale a la superficie, hay una estructura enorme. El tránsito desde esa puntita donde estoy y la otra puntita se empieza a acercar. Esa fue una de las cosas más bravas cuando empecé a trabajar. Decía: “¡Ahora que despelote! ¿Cómo hago para llegar hasta abajo?”.
- ¿Cómo se logra?
- Con un muy buen equipo como el mío, del que me siento absolutamente orgullosa. Además estoy súper conforme y me llevo muy bien con Horacio Ríos, el secretario de Cultura y Educación. Es elemental que alguien que está a tu lado, codo a codo, encare las cosas de la misma manera. Nos entendemos muy bien. Somos personas muy horizontales y accesibles. Hablamos con naturalidad tanto con el que está muy abajo como con el que está muy arriba. Entrar en un sistema vertical, que no me gusta nada, fue extremadamente raro pero entendí el por qué tiene que existir. Horacio tiene una manera muy sensible de trabajar la parte de los recursos humanos.
- Antes de llegar a la Secretaría, ¿tuvo la oportunidad de gestionar algún proyecto?
- En los últimos cinco años llevé adelante con mi amigo y socio Román Rivoire, en el Pasaje Pam, una especie de lo que acá se llama gestión cultural. Lo hacíamos para divertirnos, para pasarla bien, para provocar encuentros artísticos, de gente, de personas. En realidad eso que armamos, sin darnos cuenta, fue muy importante por la cantidad de gente que se reunía los primeros viernes de cada mes. Creció muchísimo y se nos escapó de las manos. Trascendió muy a nuestro pesar. No teníamos un perfil de llamar a los medios, de pedir entrevistas, ni subsidios.
- En la actualidad, ¿cómo combina la gestión pública con el dibujo?
- Cuando estoy en la Secretaría, estoy cien por cien aquí. Tengo la idea de representatividad de la cultura, desde un lugar serio pero no solemne. Cuando me voy a mi otra vida, estoy ahí súper contenta de estar entre papeles, dibujos, carpetas, lápices y libros. De todas maneras, no me queda mucho lugar en el bocho y en el cuerpo para poder dibujar. Más bien, siempre ando con una libretita en la mano, anotando y dibujando en cualquier lugar que me pose. En las reuniones siempre tomo alguna nota, sin dejar de prestar atención a lo otro. A veces son tiempos eternos que dan para tomar apuntes y dibujar.
- ¿Cuáles son sus proyectos para cuando deje la Secretaría?
- Es rarísimo seguir imaginándome acá y me parece que mi retorno a lo otro va a ser una vuelta con reacomodamiento. Este trabajo es de mucho crecimiento y avance porque tengo mucha gente a cargo y hay que tomar decisiones importantes a gran velocidad. No soy la misma pero tengo la misma esencia. Es un broche a mi carrera, al entusiasmo que tuve siempre, y un crecimiento enorme a nivel humano.
- ¿Cómo se definiría en una palabra?
- Entusiasta. Aunque soy una persona totalmente agnóstica y no estoy bautizada, creo siempre en algo, en el otro, acá en la tierra. Todo se puede hacer y me embarco en montones de cosas. También soy intuitiva. Quizá por ser artista es que tengo ese palpitar y me doy cuenta por dónde ir. Eso me salva de meter grandes patas, al estar en un lugar crítico, rodeada de políticos y de gente que no es ni buena ni mala pero a muchos les da miedo.